Esta mañana me despertó la versión de Voodoo Chile de Divididos. Siempre me despierta; la tengo puesta de alarma en el celular. Lo curioso es que al parecer estaba sonando por segunda vez, porque abrí los ojos y noté que estaba abrazado a mi teléfono, como si fuéramos pareja. Muy dormido, me levanté, desayuné, me higienicé, maté una cucaracha, me vestí, y salí del departamento: todavía seguía dormido. Subí al ascensor con un poco de miedo. Y digo un poco, porque todo el miedo que siempre le tuve a esos ascensores se lo fui perdiendo con el tiempo, con la costumbre. Y bajar desde un noveno hasta un segundo subsuelo en mi estado, puede ser hasta más peligroso que tirarse directamente en caída libre por la ventana. Así que subí, iluminado por un tubo fluorescente de esos que están agotados, o les falla algo. Esos que no iluminan como debieran, y al mismo tiempo pareciera como que parpadean… Lo miré con desconfianza y con un solo ojo, porque el otro aun dormía. Apreté el -2 y cerré la puerta. Ni bien empezó a bajar, ese único tubo que alumbra se apagó y se volvió a prender. “No me gustan esos chistes”, pensé. Ya me había pasado una vez de tener que subir hasta el noveno en un ascensor sin iluminación. Resulta claustrofóbico, desesperante, aterrador… Y si me pasara ahora no sería nada, pero ni bien despertase me llevaría un flor de susto. Mientras seguía bajando y recordando esa anécdota la luz se apagó. Esta vez no volvió a prenderse. Totalmente a oscuras empecé a desear que finalmente llegue al piso donde yo me bajo. La espera se hizo eterna. Sé que suele pasar eso; cuando uno desea que algo termine ya, es cuando más demora en terminar. Pero el paso del tiempo se volvió notable y hasta sospechoso. La caja móvil seguía bajando y yo sin luz no sabía por qué piso iba. Bajó, bajó, bajó… Me empecé a desesperar. Ya debería haber llegado. De repente se dejaron de ver las pequeñas ventanitas de las puertas de cada piso, que era lo único que más o menos se alcanza a distinguir ya que alguna que otra luz de los pisos alumbran desde los pasillos. Cuando estas dejaron de verse, me preocupé; el segundo subsuelo es el último piso de mi edificio. Más abajo no hay nada. Al menos eso sabía. Pero aparentemente estaba equivocado. El ascensor siguió bajando. En un momento, las ventanitas volvieron a aparecer. La luz que por ellas entraba era como la que genera el fuego. Como si algo ardiera en cada pasillo e iluminara… De repente, se detuvo el ascensor. Dos personas con voces muy gruesas hablaban a los gritos.
- Pero que hago? Lo traigo? Porque hace rato que deberíamos haberlo boleteado.
- No sé che… Mirá que es joven…
- Joven, pero le da unas viabas a ese cuerpo… Yo voy y lo traigo. Donde es? El noveno, no?
- Si, el noveno… Pero no sé…
- Ahhh… que indeciso que sos..!
-
Mi cara podía transmitir todo lo que mi cabeza no podía entender… Acurrucado en un rinconcito del ascensor, me quedé sentado, esperando despertar del mal sueño. Pero ya estaba bien despierto. La conversación siguió afuera.
- Creo que es demasiado! Nos estamos quedando sin gente! Me voy a traerlo..!
- Bue, andá, fanático!
La puerta del ascensor comenzó a abrirse, y para mi sorpresa, lo ví. Una enorme bestia parada sobre sus patas traseras, con un par de cuernos y una cola en punta. Color rojo, con cara de enojado, me miro con cara de sorprendido y le contesté con la mía de cagaso.
-Quién sos? Qué hacés acá?
-Yo… yo… yo iba a trabajar! S-s-s soy del noveno, y no sé que pasó… Por favor… usté…
-Ah, vos sos el del noveno? Ey!, mirá! No hace falta que lo busquemos! Vino solito! ja ja ja
El segundo demonio se acercó y me miró como examinándome, con sus anteojos en la punta de su nariz sobre su enorme bigote.
- No… este no es… Te dije pelado, pero todo pelado. Este tiene todavía un poco de pelo… Además, el otro es flaquito. Este está “pasadito”, fijate.
- Ahhh, si, si… tenés razón. Ja ja ja. Me creí que había venido solito. Bueno, me voy a buscar al otro. Ya vengo…
Subió a mi lado y cerró la puerta.
- A cuál vas?
- Al menos dos.
Apretó el menos dos, y después el noveno. El ascensor subió hasta mi piso destino donde me bajé. “Que tengas buen día”, me dijo mientras totalmente confundido caminé hasta el auto. Llegué al trabajo y no pude parar de pensar en lo que había pasado. Pensé en que probablemente había sido una broma del inconsciente que suele tener protagonismo tan temprano. Al rato pude sacarme un poco la historia de la cabeza, ayudado por unas cuantas explicaciones que sonaban algo más lógicas… El mediodía se acercó y por suerte el suceso pasó a varios planos más atrás que mis tareas.
Eran las 13:30 cuando recibí un mensaje de texto. Me lo enviaba mi pareja. En él decía: “encontraron muerto al vecino peladito. Aparentemente murió de sobredosis”
martes, octubre 14, 2008
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1 comentario:
Los ascensores son instrumentos de tortura ideados por el mismo Lucifer... y en ellos se transportan las aberraciones del Infierno, además de nosotros pobres mortales.
Espero nunca tener que cruzarme con uno de esos como te pasó a vos.
Mis condolencias.
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