Cuestión de elección...

Sábado 26. Noche. Linda reunión con mucha gente desconocida y pocos conocidos. Entre estos últimos, Celeste cumple años y festeja ahí, en Bajofondo. Bajofondo es un lugar piola, para el que no conoce. Y si reservás para mucha gente como hizo la cumpleañera, te arman mesas grandes, y te dan mucho lugar. Lugar piola, cómodo. Rica comida, comida mejicana. Abundante. Después de comer necesitas un buen rato para que la sangre vuelva a circular por todo el cuerpo; para que abandone la zona abdominal. Ayuda bastante alguna bebida alcohólica, aunque siempre la pedimos sin esperar que haga falta. Pasamos un lindo rato ahí. Escuchamos muchas estupideces, y aportamos alguna si es posible. Posamos para fotos, brindamos. En algún momento la cena se acaba, también la sobremesa. Nos vamos, pero a donde… Mi salida nocturna murió hace mucho tiempo. Es más, no se si alguna vez existió. Pero en situaciones así solo sigo al grupo. No propongo a donde ir porque realmente no sé a donde ir. Y en grupos como ese siempre hay alguien que “sabe” y dirige. “Vamos a tal lugar, que es lindo, hay buena música”. Idea bárbara que se desmorona cuando vemos que ese lugar esta cerrado y parece que hace algo así como seis meses que no abre. “No conocen tanto”, pienso. De todas formas Nueva Córdoba ofrece muchas alternativas en pocas cuadras y podemos elegir. Terminamos entrando en algo que parece muy chiquito, a no ser por la escalera que lleva a un primer piso más grande. Poca luz, con la maldita suerte que esa “poca” me dá toda en los ojos, pero no me quejo. Música desagradable, y suena feo, pero tampoco me quejo. Muy buenos temas de Pink Floyd y Queen, mal mezclados, mal remixados. “Si Freddie estuviera vivo…” pienso, pero no me quejo, porque a pesar de la diferencia de gustos la estamos pasando bien. Siempre la pasamos bien, aunque hacía mucho que no salía. La cerveza sigue haciendo la ronda. Siguen sonando los flashes de las camaritas. “Cuando quieras nos vamos”, me dicen. En un momento ambos notamos que es momento de irnos. Saludamos y nos vamos para la escalera. Cinco escalones antes de llegar a planta baja veo a esos cuatro hombres de traje gris que no estaban ahí cuando llegamos. A su lado, dos efectivos de la policía alumbrados por las balizas de los tres móviles que están parados en la puerta. El ambiente huele distinto abajo. Se olfatean nervios, sobre todo de los chicos de atrás de la pequeña barra de donde cuelgan las botellas. Uno de los hombres de negro escribe algo en un papel, mientras el otro despliega las fajas de “clausurado” en las puertas. “Vayan saliendo, vayan saliendo!”; “querida, hacé salir a la gente! No entendés que te estoy clausurando?!”. Apuro a mi novia a salir para no entorpecer al resto. Una vez afuera, entre lo que la cerveza me deja razonar, pienso… “Con razón salgo poco, si el lugar al que yo entro lo clausuran…”

Veinte minutos más tarde estoy acomodando el acolchado a la altura de mi cuello. La tele está prendida y ella está sobre a mi brazo. Calentito, busco algo que esté empezando, para ver. No hay ruidos. Solo ella y yo en el cuarto, disfrutando de una película a la que no vamos a conocer el final. Pienso en el frío de afuera, en el amontonamiento de gente, en la clausura… “Con razón salgo tan poco” analizo con una sonrisa suave, mientras su cálida respiración en mi hombro me invita a cerrar los ojos y descansar.