lunes, agosto 24, 2009

Historias de diván

-Buenas tardes, doctor.
-Buenas tardes don Pérez. Venga, acérquese… recuéstese y cuénteme que le anda pasando…
-Gracias, doctor…
-Acomódese, relájese y cuénteme.
Pérez se saca el abrigo y se recuesta… suspira largo y suelta el aire de golpe. Mira el techo, se toma las manos y comienza:
-Hace un buen tiempo que no duermo bien. Me despierto a mitad de la noche, exaltado. Cuando esto pasa, noto que mis pulsaciones están aceleradas. Trato de tranquilizarme pero no puedo. Comienzo a buscar explicación a mi estado; hago memoria y recuerdo mi sueño. Voy haciendo memoria, pero recordarlo no me tranquiliza. Es siempre el mismo sueño. Siempre sueño que soy una enorme zanahoria. Una zanahoria brillante, con mucho olor a zanahoria; una zanahoria envidiable. Me muevo por el huerto feliz, envidiado por el resto de los que habitan el lugar. El resto de ellos no tiene mi suerte: los tomates suelen estar todos golpeados y perforados. También hay sandías, pero están cerca de podrirse. Las papas tienen gusanos y las cebollas están atacadas por las hormigas, al igual que las verduras de hoja. Las lechugas, las achicorias, y todo el resto me miran mal. Me envidian. Sé que me envidian. Yo intento no demostrar tanta alegría para no deprimirlas aun más, pero me resulta bastante imposible porque no tengo de qué quejarme. Así que corro feliz la mayor parte del día. Pero un día, mientras recorro el huerto, descubro un alambrado. Nunca lo había visto, así que la curiosidad por atravesarlo me invade. Desconozco los peligros, pero la vida en el huerto se ha vuelto tan monótona que decido salir a descubrir el mundo. Me tiro cuerpo a tierra y atravieso el alambre. A paso lento, voy descubriendo un sendero hermoso, con mucho verde. No hay frutas ni verduras en él, pero el efecto del sol sobre las plantas hace que se vean casi fluorescentes. Todo es muy bonito. Empiezo a cambiar el ritmo de mi caminata, que convierto en un trote suave. Voy dando saltitos por el sendero sin ninguna preocupación en mi cabeza. Soy la zanahoria más feliz del mundo. Imagino que el bosque es mío, que las plantas son mías. Ya no tengo que fingir tristeza delante de nadie porque ya nadie me envidia. Estoy tan feliz que no noto los pequeños hoyos en el suelo. Los hoyos son cada vez más, y cuando me doy cuenta, estoy rodeado de ellos. Cuando esto sucede me detengo. El silencio me indica que algo no anda bien. Miro a mi alrededor. Estoy completamente rodeado de hoyos. Deben ser cerca de cuarenta hoyos. En menos de medio segundo se asoman por cada uno de ellos conejos de todos los colores y tamaños que me miran con las cejas fruncidas. Me paralizo esperando ser devorado, cierro los ojos. Cuando pasan tres segundos y aun respiro abro los ojos y no comprendo qué pasa. Los conejos, que son como quinientos, corren desesperados en todas las direcciones, pero ninguno me ataca. Miro para todos lados hasta que miro para abajo y los veo. Distingo un par de borceguíes negros. Sigo mirando para arriba y me veo un pantalón de soldado, que se termina donde empiezan mis extremadamente marcados abdominales que brillan como si estuvieran cubiertos de vaselina. Me miro bien y ¡ya no soy una zanahoria! Ahora soy Rambo, y con la vincha roja y una tremenda ametralladora comienzo a acribillar a los conejos. Voy corriendo y disparando al mismo tiempo. La sangre mancha mi ropa, mi cara. Los conejos imploran piedad, pero nada me importa. Sólo recuerdo sus miradas cuando estaban a punto de comerme, y aprieto el gatillo. En un instante acabé con todos los conejos, y una terrible y macabra sonrisa se adueña de mi rostro. Comienzo a correr por el sendero, de vuelta al huerto. Salto el alambrado y me dirijo a la parte más húmeda, donde todos los vegetales se juntan la mayor parte del tiempo. Ahí están, tristes como siempre. Me acerco a los gritos, apuntándolos con mi arma. “¡Jamás serán felices, vegetales inútiles!”, les digo. “¡Se están pudriendo!, pero ya no más”, y los apunto con la ametralladora. “¡No lo hagas!”, grita el tomate, y agrega “¡Si nos sacás la parte fea, todavía servimos para ensalada!”. Comienzo a temblar y transpirar. Desde lo más profundo de mi persona renace mi lado más humano, hasta que escucho a la papa que dice “¡No lo hagas, no lo hagas, Michael!”. Y la mente se me pone en blanco. “¿Michael?”, pienso. Y de un parpadeo a otro ya no soy Rambo. Ahora soy Michael Jackson que está haciendo el paso ese que camina para atrás que tanto tiempo practiqué frente al espejo en mi adolescencia, y nunca me salió. Ahora me sale, pero la emoción se corta cuando veo que los vegetales ya no son ellos, sino quince muchachos del Bronx. Quince murallas negras, donde el más pequeño es como Shaquille O´Neal. Cruzados de brazos, me miran con cara de sobradores. “¿Así que no te gustan los negritos?” me dice el líder del grupo, y añade: “Yo si fuera vos, dejaría de bailar y empezaría a correr, porque ahora sos blanco, y ¿querés saber qué le hacemos a los blanquitos que vienen a bailar a las cuatro de la mañana a nuestro barrio?”. Ahí reacciono y empiezo a correr. Pero los zapatos de mierda que usaba Michael Jackson no sirven para correr y patino unas cuantas veces. En la última patinada quedo boca abajo tirado sobre el asfalto, al oscuro, y cuando miro para arriba, cuatro de los gigantes se están abalanzado sobre mi cuerpo. En ese momento es cuando despierto, exaltado, empapado en sudor, agitado… Dígame doctor, ayúdeme!
El profesional se toma en mentón y acomoda su barba candado con sus dedos índice y pulgar. Su mirada se pierde en el paciente.
-Digamé, don Pérez… ¿Usted estuvo tomando alcohol antes de dormir?
-No doctor… Bebo solo un vacito de tinto al mediodía como me indicó el cardiólogo…
-Ah… ¿Y droga, Pérez? Digo, un porrito, algo de cocaína, un…
-¡Pero no, doctor! ¡Qué está diciendo!
-Ahh… y, por ejemplo, ¿qué ve en televisión antes de dormirse?
-Y, no sé… generalmente me duermo viendo el programa de Tinelli, pero usted cree que eso… ¿A usted le parece, doctor?
-Mire Pérez, yo le voy a dar un par de consejos. Primero, trate de no ver ese tipo de programas. Es más; si puedo darle un consejo sano, no mire televisión antes de dormir. Lamentablemente tenemos una televisión de mierda que lo único que hace es romperle lo poco que puede quedarnos de cerebro sano, entre tanto desgaste de microondas de celulares, comida chatarra, y servicios de salud pésimos. Y con respecto a esto último es que le voy a dar el segundo consejo;
-Si, digamé doctor…
-En realidad, lamento en el alma que Pami no le cubra profesionales expertos en psicología. Usted sabe que puede venir a verme todas las veces que quiera, pero trate que sea por problemas en alguno de sus dientes, encías, o me conformaría con que se ubiquen cerca de la boca. Y por supuesto, recuerde que soy odontólogo y que tengo más pacientes que realmente necesitan ser atendidos.

3 comentarios:

Leila Luna (ex Cosas dichas) dijo...

Eso es un festín para un psicoanalista!!!!
Puras pulsiones eróticas, sí hablo de política, medios y psicoanálisis.
Saludos!

Lobito dijo...

Jajaja
Muuuuuuy bueno che!!!!
Felicitaciones maestro!

P/d: Qué lindo ser Rambo y salir a matar conejos jaja

Headphones reviews dijo...

Quattro Passi per una vita di successo: Dr Dre Beats
1, solitaria durata nel tempo; 2, resistere alla tentazione, 3, sanno dare, 4, imparare a scegliere
Hanno detto che la rete era falso, ho riso, come se la realtà è davvero la stessa