martes, noviembre 17, 2009

Siempre en la mejor parte...

La luz de los reflectores me pega en la cara. No entiendo como corrí ya 90 minutos y, aunque transpirado y sucio, aun me quedan algo de fuerzas. Quizás sea porque tengo la celeste y blanca puesta, el partido está empatado, Brasil se viene cada vez más cerca del arco, y si logramos ganar nos quedamos con el mundial de Sudáfrica. De todos modos, no siento nervios. Ahora avanza Robinho y la toca muy corta a Ronaldinho, que gambetea a Heinze y queda solo frente al arco. Apunta, y el pie de Coloccini le pellizca la pelota, que De Micelli despeja con todas sus fuerzas. Miro al árbitro y me doy cuenta que es el último ataque. Pico como nunca, con la vista puesta en el fútbol. A mis espaldas quedaron todos los brasileros, menos Cris y Dida. Bajo de pecho el balón, y gambeteo al defensor. Corro hacia el arco, desde donde corre Dida ni bien advierte mi último movimiento. Amago a un costado y lo hago pasar de largo. Quedo solo frente al arco, hecho mi pie hacia atrás, y… ¡Me despierto! Unas ganas tremendas de orinar me quitan la posibilidad de obtener el campeonato mundial, salir en todos los diarios del mundo, etc., etc. Me levanto al baño, refunfuñando y maldiciendo a la latita de cerveza que me tomé antes de acostarme. Vuelvo a la cama y me duermo.
Camino por un desolado desierto de Arizona. Los buitres me sobrevuelan esperando mi caída que no tarda en llegar. He caminado mucho y hace varias horas que no tomo agua. El sol es cada vez más intenso y si la situación no cambia, pronto veré mi fin. A lo lejos puedo ver una vía de tren. Sólo un milagro podrá sacarme de esta, y ese milagro puede ser el tren. De repente, el suelo comienza a vibrar. La vibración viene de las vías. Tomo una bocanada de aire y apuro el paso hacia ellas. Una serie de ladridos llaman poderosamente mi atención, y comienzo a buscar con la vista. Parado en la vía y con la patita trasera atorada, un pequiné muy feo clama por su vida. “No puedo dejar morir al can”, me digo, y corro en su ayuda. El tren se acerca y yo no puedo sacar al horrible perro de ahí. Voces femeninas empiezan a gritar: “Bunky! Bunkyyy!”. Cuando el tren está a 10 metros de distancia, logro sacar al perro y salir yo también de la vía. El bólido de acero no aminora su marcha, y pasa a una velocidad a la cual habría terminado con la vida de la mascota, y con la mía. Ni bien termina de pasar, diviso el gran colectivo de playboy, y a una veintena de jóvenes modelos que, muy ligeras de ropas, se abalanzan sobre el perrito. “Bunky! Bunky” estás vivo! Te salvó ese señor! Es nuestro héroe!”, repiten. “¿Qué pasa?” pregunta una de ellas. “Es que pensaba volver en ese tren, y ya no podré alcanzarlo más”. Ellas se miran, con cierta culpa. Murmuran entre sí, hasta que una propone: “si querés te podemos llevar en nuestro colectivo. Lo único que es muy fuerte el aire acondicionado, así que vamos a tener que meternos todas en una cama grande para entrar en calorcito”. “¿To todas?” tartamudeo. “Y vos también”, agrega. “Y por ser el salvador de nuestra querida mascota, vas a poder hacer con nosotras lo que quieras. ¿Vamos?”. Comienzan a subir una a una al colectivo. A medida que van subiendo, las pocas ropas que tenían puestas van saliendo despedidas por las ventanillas. La última en subir me mira y me dice: “¿y?, ¿venís?”. No dudo un segundo, y cuando piso el primer escalón del colectivo… “¡¡Déjame que lo mato!! ¡¡Te voy a matar hijo de puta!!”, me despierta el griterío. Pensando en lo bien que iba el sueño, me levanto y miro por la ventana. “¡Borrachos de mierda! ¡Acá hay gente durmiendo! ¡Vayan a gritar a otro lado! ¡Me espantan a las gringas!” Después que grito eso último me quedo pensando en que no tiene ningún sentido. Los dos borrachos también lo advierten, y se miran con cara de confundidos.
Me vuelvo a acostar. Cierro los ojos y doy vueltas.
Me veo acostado en una cama. A mi lado, una hermosa mujer duerme. La miro. Ella despierta, se sonríe y me guiña un ojo. “Otra vez no”, pienso. Ella toma mi mano y la aprieta fuerte. Me vuelve a sonreír. Me dejo llevar por el sueño y le sonrío, esperando que algo pase. Algo que me corte el sueño en la mejor parte, como siempre pasa. Finalmente pasa, y suena el despertador. Sin abrir los ojos, me río de los sueños. Escucho una voz que pregunta “¿De qué te reís?” Abro los ojos y, sin soltarme la mano, allí sigue esa hermosa mujer. Confundido, la miro. Es ella. Ahora estoy despierto y ella sigue conmigo. Y me sonríe y me vuelvo a reir. Ella es real, y me doy cuenta que no es algo soñado. Es la que me acompaña todas las mañanas cuando despierto y la que está conmigo cuando me duermo. Ahora me levanto y voy pensando: “¿Quién necesita soñar cuando la realidad supera cualquier fantasía?

2 comentarios:

Xavier dijo...

Muy bien redactado, y muy interesante. A ver si sigo leyendo.

Headphones reviews dijo...

Così difficile voglio solo gente che guarda verso il basso,Dr Dre Beats
zitto