La otra tarde escuchaba música mientras esperaba que el semáforo de Brown se pusiera en verde. Ni bien cambió de color, moví mi auto hacia delante. Una fuerte frenada me dejó sordo por un segundo. Un animal en un auto negro se jugó a cruzar en rojo, y se topó conmigo cruzando la avenida. El momento ameritó a que, una vez vuelta la respiración a mi organismo, le remarcara de un grito esa característica: “¡Animal!”, le grité. Las ventanillas habían quedado muy cerca una de otra. El polarizado del enorme coche negro fue bajando. Desde arriba, su dueño respondió: “¿Juan Pablo?”. “¡Más gorreado serás vos!”, contesté mientras analizaba que lo de él no había sido insulto. Insistió: “¿Juan Pablo?”. “Eh, si, si, pero no ves que está en rojo, pedazo de…!”. “Bueno, bueno, estacionate un segundo”, interrumpió. Paré a un costado pensando rápidamente en esa cara que me sonaba familiar. Me bajé y él hizo lo mismo. Se paró en frente mío, y emocionado insistió: “¡Soy yo! ¡Martín Colussi!”, mientras yo me rompía la cabeza. “¡Compañeros de primaria éramos!”, agregó. “Si, si, de algún lado te tengo… Pero no me acuerdo mucho…”. “Bueno, bueno, no es para tanto… ¿tenés un rato? Te invito un cafecito en ese barcito”. No me pude negar, porque me sentía con algo de culpa por no acordarme de esta persona que tan enérgicamente se acordaba de mí. Nos sentamos y una señorita se acercó a la mesa. “Bueno, ¿qué vas a tomar? Yo invito”, dijo. Yo pedí un café. Él pidió un whisky. Algo excesivo, considerando que eran las 3 de la tarde y estaba con alguien que no veía desde la escuela primaria. Ni bien pidió lo que íbamos a consumir, empezó a hablar:
“Tanto tiempo, che. ¿Qué es de tu vida? Yo te cuento de la mía: me casé dos veces y me separé dos veces. Tengo 2 hijos de cada matrimonio, pero la verdad no les doy mucha bola porque quisieron quedarse con la madre. Así que por mí, que se caguen. Después de todo si prefieren quedarse con esas pelotudas, que se jodan. Porque las madres no fueron más que unas estúpidas. ¿Sabés a donde las conocí? En boliches. Se enfiestaron tan mal con lo que les dí de tomar que me las terminé “haciendo” en el baño del boliche. Como un boludo, esas dos veces les dí el teléfono, y a los meses me avisaron que iba a ser padre. Encima, cuando la segunda me avisa que estaba embarazada, la primera estaba de 7 meses del segundo y yo andaba de trampa. ¡Me armaron un quilombo esas hijas de puta! Así que me harté y me fui. Por suerte tengo un amigo que es un buen abogado, y logró hacerles pisar el palito a las dos con alguna historia inventada y logró que ni siquiera tenga que pasarle guita para los chicos. Así que me sacó de encima a ese peso; porque en definitiva no son más que un peso: Las familias no son más que un peso para uno”.
Yo escuchaba la historia, y seguía pensando en este señor, pero de chico. Escarbaba en mi cabeza, pero no lograba recordarlo. Él, mientras tanto, seguía:
“Lo que más miedo me dio de semejantes quilombos, es que me arruine los negocios que tengo. Calculá, porque si alguna de ellas llegaba a abrir la boca y me mandaba al frente, a mi me cuelgan. Ando metido en unos pasamanos con unos desarmaderos de autos, y en ese ambiente hay gente media pesada. Imaginate si hubieran querido quedarse con mi agenda telefónica la cantidad de gente que puede caer. Pero se quedaron piolas ellas, porque como no podía poner nada a nombre mío, todo estaba a nombre de ellas. Así que se quedaron con casa, auto, y todo lo que compré mientras estuvimos casados. La verdad, no me cuesta mucho reponer esas cosas, pero las casas estaban buenas y me dio un poco de bronca tener que dejarselás a las boludas esas. Así que ahora ya aprendí, y ando con un DNI falso. Tengo un amigo en el registro de las personas que me lo hizo. Es igual. Por las dudas, te aviso que no soy más Martín; ahora soy Fernando Salinas. Mirá, acá lo tengo al documento… lindo, ¿no? Si te llega a hacer falta, tengo amigos en Afip, Anses, Casa de Gobierno, y si no es ahí y te hace falta, como estamos todos “sucios”, al contacto lo hacemos…”
Su historia me había erizado los pelos de la nuca. Pero insistía en acordarme quien era este sujeto. “Martín, Martín, Martín… Huevito…!” pensé. “¿¡Huevito!?”, le dije. Dejó de hablar y me miró fijo. Y continué: “¡Hueviiiiiiiiiito! Si, si, ¡ahora me acuerdo de vos! Vos sos el que en segundo grado se robó la billetera de la portera, después se gastó la plata, después escondió la billetera vacía en la mochila de Jorge, y después lo acusó a él con la maestra. Si, me acuerdo como contabas orgulloso esa anécdota mientras a Jorgito sus papás hacían lo imposible para que no lo expulsen, porque eran muy humildes y les había costado demasiado poder mandarlo al colegio. Me acuerdo que nunca le pediste disculpas, aun sabiendo que él sabía que habías sido vos pero nunca te delató. Sobre todo, porque tu papá estaba en el gobierno y tenía muchas “influencias”, con las que amenazaba a los directivos y a los otros papás. Esas mismas influencias que usó en sexto grado cuando te pusieron de abanderado, mientras todos sabíamos que estabas lejos de ser el mejor alumno; que a la bandera se le merecía Marcos o Julieta, que siempre se habían roto el lomo estudiando para conseguirla.”
Lo miré fijo a los ojos, y continué: “Ahora sé porque no me acordaba de vos. No me acordaba de vos porque ya en el primario eras un flor de pelotudo. Y pasaron los años y ahora ¡sos un Señor Flor de Pelotudo!”.
Se acomodó en la silla y me miró fijo. Se paró, y en tono amenazante dijo: “¿¡Quién te crees que sos?! Mirá, si la próxima vez te me cruzás cuando voy a pasar en rojo, no freno!”. Se dio media vuelta y se fue.
Me quedé mirando como se iba, y lejos de asustarme, me reí: “Si, si, es Huevito… ¡porque se fue sin pagar!”
miércoles, noviembre 25, 2009
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1 comentario:
chee menos mal que no conozco a martin colussi jaja
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