A veces no entiendo nada. Muchas veces me cuestiono para adentro para ver en donde puedo estar equivocado. Me alivia, en gran parte, ver que me equivoco bastante, pero no en los asuntos que me más me preocupan. Pienso, repienso, y me pregunto: “¿qué pasó?”. Y pienso en la realidad política de mi país. Y ojo, que cuando me cuestiono sobre asuntos políticos, corro con la ventaja de admitir que mi interés por política tiene poco tiempo. Quizás puede ser porque coincido en muchos aspectos con estos últimos dos gobiernos que nos administran; pero creo que en cierta medida se debe a la edad que tenía cuando transité los 90, donde se me cruzaron el desinterés por todo lo que pasara de mis afectos hacia fuera, y una especie de “ceguera” política a la que estuvimos sometidos, donde medios, gobiernos y poder, se encargaron de atarnos la venda. Entonces mi indagación se vuelca hacia la sociedad. La idea de sociedad es algo confusa porque los medios siguen mostrando a la sociedad no como es, sino como necesitan que sea para favorecer a sus intereses, económicos fundamentalmente. Entonces recorto esa sociedad y me quedo con la gente cercana; aquellos con los que tengo contacto, con los que puedo hablar o compartir cosas sin necesidad de que nadie esté en medio y nos “normalice” lo que decimos. Y recuerdo cómo en una época pensábamos algunos temas, y hasta coincidíamos. Hablábamos, como una utopía, de la unión latinoamericana. Conversábamos sobre los derechos humanos, y la forma en que cada gobierno ofrecía (o vendía) impunidad a los genocidas. Nos indignábamos con la manera en que el Estado se había ido desprendiendo de todo el patrimonio que tardó décadas, siglos, en conseguir, con la excusa de brindar más asistencia al ciudadano, asegurar su trabajo, su dignidad, y en esa misma línea, su futuro. Indignados por la gran mentira de las privatizaciones, el neoliberalismo salvador, y la globalización y tecnologización -a corto plazo-, concluíamos en las pocas salidas que quedaban, porque sinceramente no se veían. Una de las que más éxito tuvo, fue la escapada del infierno hacia infiernos menores, donde el demonio te deja, al menos, lavar copas o servir mesas, para comer todos los días y cada tanto volver a tu país a ver a los tuyos, para darte cuenta que es lo mismo adentro o afuera, aunque uno nunca puede salirse del todo. Cuando se había hablado de todo eso, pensábamos en cómo un pueblo podía haber admitido las atrocidades que se habían cometido sobre los derechos de todos. Ahí entraban al debate los medios de información, y su libertad para engañar con realidades ficticias, pero quedarse con los bienes del pueblo en la realidad real.
¿Fui yo el inocente que realmente se cuestionaba todo eso, y se preocupaba? ¿Era yo el único?
Hoy, muchos de esos aspectos que habían quedado olvidados, de los que no se hablaba, que nadie cuestionaba; mientras nos tapaban los ojos con autopsias de extraterrestres, tinellis, presidentes haciendo deportes en la tele, y vaya a saber cuantas figuritas más, volvieron a aparecer. Hoy hablamos de juicio a represores, de recuperación de parte del patrimonio, de derechos humanos, de ley de medios, de cooperación entre países de Latinoamérica. Todos temas de los que, años antes, habíamos borrado del debate social, para restringirlo a ámbitos privados reducidos. Hoy, muchas de las cosas que veíamos como utópicas, están más cerca, más palpables. Paradójicamente hoy, me siento a una mesa con la misma gente con la que conversaba años atrás, y se siguen indignando. Esta vez lo hacen porque derechos humanos, unión latinoamericana, ley de medios, estatizaciones, no son temas para que se traten de la manera que se tratan. Y yo me indigno aún más: ¿Cuántos años estuvimos pidiendo que venga alguien que los trate, y cuando viene alguien y los toma y pone en el centro del debate, lo criticamos porque lo hace? ¿No será, entonces, que estamos predestinados a vivir indignados, y nunca va a haber nada que nos venga bien? ¿O será que, en definitiva, la realidad virtual al fin nos terminó de tapar los ojos y hoy somos los estúpidos acríticos que los poderes necesitan que seamos?
A muchos de esos temas que considero muy cruciales para que algún día tengamos una sociedad mejor, y que hoy están siendo debatidos, les falta mucho trabajo, mucha dedicación, y mucho más debate. Creo que vamos por el camino correcto, porque después de mucho tiempo los debates se volvieron públicos. Pero para que ese debate dé frutos para todos, hay que sentarse a la mesa, sacarse la venda, apagar la música del clarín, escucharnos y ser escuchados.
viernes, marzo 26, 2010
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