Puedo hacer todo mal, y decirle a todos que lo hago bien. Todos pueden transmitir lo bien que hago las cosas, sin mirar como las hago. Puedo hacerlas un poco peor, y decir que estoy perfeccionando mi técnica. Muchos pueden admirarse de mi perfección, aun sin mirar cómo estoy haciendo las cosas. Algunos, con afán de aprender, pueden copiar mi método de trabajo. Harían las cosas mal, creyendo que están haciéndolas bien sólo porque muchos lo dicen. Muchos no pueden estar equivocados. Yo llegaría a ser un experto en la materia ya que de mí se desprenderían infinidad de sujetos que utilizan mi método. Hasta, quizás, mi técnica se volvería la única por el prestigio y la legitimidad adquirida. Algunas personas escribirían libros sobre mi técnica, otros dedicarían columnas, harían informes. Muchos hablando y transmitiendo algo que está mal hecho, pero ellos no lo saben.
Un día aparece un señor. Ese señor es poco influenciable; no lee libros, no mira programas de tv. Simplemente resuelve inconvenientes que se le van presentando en la vida. Curiosamente un día se topa con uno que lo lleva a buscar una solución, que termina siendo una alternativa a lo que yo hago. Pero esta alternativa se diferencia de la mía en que es la forma correcta de hacerlo. Rápidamente, especialistas, periodistas, escritores, condenan a este sujeto por su método. Yo, que soy una persona de renombre con cierto poder de influencia sobre la sociedad, busco una manera para que nadie note mi forma de hacer las cosas. Digo, por ejemplo, que el nuevo señor no puede realizar esa actividad porque, por ejemplo, le gusta la ginebra. La ginebra, en grandes cantidades, provoca ebriedad, y un ebrio no puede realizar bien esa actividad. Los transmisores de mi método, al ver que peligran años de dedicación hacia él, tratan el tema como “el método del ebrio”. Este señor, continúa con su actividad. A él le interesa resolver problemas y no lo que de él se diga. Su técnica cada vez desprende mejores resultados que pocos ven, ya que “nadie quiere aprender algo de un ebrio”. Finalmente, y para asegurarme que este sujeto no me quite el lugar en que me posicioné con mi farsa, decido sabotearlo. Un día paso por su casa y le corto los cables que le dan electricidad. Sin buena iluminación, su trabajo se debilita. Otro día paso y le rompo los vidrios a pedradas. Este señor, ahora víctima del frío, entorpece más su trabajo, empeora más su técnica, y para soportar los crudos inviernos cae en manos de la ginebra y se termina volviendo un alcohólico. Aun así no deja de trabajar, pero pierde calidad, eficiencia, y sobre todo los maravillosos resultados que obtenía. Aprovecho la ocasión para llamar a los medios para que le muestren al mundo su problema de alcohol, su pésimo trabajo, y su estado deplorable. Con todo el circo bien armado, me voy a casa a dormir, tranquilo.
Al día siguiente, lo primero que hago es prender el televisor y abrir el diario; las dos cosas al mismo tiempo. Los titulares, lejos de tranquilizarme, me inquietan aun más. Todos coinciden en que un borracho, flojo, muerto de frío y sin luz, ahora está obteniendo los mismo resultados que yo. Ellos ahora cuestionan mi método y dejan en evidencia que siempre hice las cosas mal.
Que todos digan que está bien, no quiere decir que así sea.
Que todos digan que está mal, tampoco.
No decidas basándote en algo que te dijeron. No creas si existen intereses ajenos. Peor que mejorar es impedir que los demás mejoren.
lunes, marzo 15, 2010
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario