La situación transcurre en un aula grande. Un aula a la que le faltan pedazos de techo. Un aula que por momentos no está, porque todo transcurre al aire libre en una explanada de pasto verde. A ella llego cuando mis compañeros ya están empezando el examen. Porque, ¿alguna vez soñaron que llegan al colegio secundario y les van a tomar un examen para el que no estudiaron? Bueno, este sueño es uno de esos. Allá, sentado en su silla, delante del viejo escritorio, el profesor Guillermo Zapata; odiado por algunos compañeros, querido por otros, pero siempre recordado por todos. Profesor ocurrente si los había. Entonces llego y me siento en frente de mi amigo Mariano Gallo. En el aula se vive un gran barullo que favorece mi situación de falta de conocimientos; gente parada, gente hablando, mucho desorden, y el viejo Zapata sentado adelante. Poco riesgo para la tremenda ayuda que voy a necesitar de Mariano. Caminando entre los pupitres anda otro profesor del que no recuerdo su cara. Se acerca hasta mi lugar y me entrega mi pregunta. Un papel pequeño con una sola pregunta, que rápidamente muestro a mi compañero que me tranquiliza con un simple “es fácil”. Comienzo a buscar las hojas que recuerdo que debían ser tamaño oficio. Intento sacar la primera, y se rompe. Trato de sacar otra, con cuidado. Sacarlas sin romperlas es difícil, y rompo la segunda. No tengo muchas hojas así que a la tercera tardo mucho en sacarla. El tiempo pasa muy rápido mientras saco las hojas, y me comienzo a poner nervioso. Los nervios me hacen romper la tercer hoja. Finalmente saco una sin romperla, y noto que está mal cortada. Porque no tenía hojas oficio y tuve que transformar algunas A3 en oficio. Pero las corté mal; las corté desparejas. Y saco otra y está igual, y otra, y otra… Mariano ya terminó su examen y amaga con levantarse. Lo tomo del pantalón y lo sentencio a quedarse. Pido permiso al profesor de pedir una hoja prestada y una vez autorizado comienzo a preguntar si a alguien le sobra una hoja. Algunos ya terminaron su examen y se están retirando. Nadie escucha mi pedido. Allá al fondo alguien ofrece una hoja. Desesperado, camino hacia el fondo y la recibo. Es una hoja negra que no me sirve para la prueba. Pido otra pero mi compañera no tiene otra. Allá, en la otra punta, alguien ofrece otra. Camino apurado hacia delante y recibo la hoja blanca, que cuando recibo se vuelve negra. Se la muestro a Zapata mientras le digo “¿Ve lo que le decía? ¡Esta aula está embrujada! ¡Embrujada!”. Cuando me doy vuelta me doy cuenta que sólo Mariano está sentado, y se levanta y se va cuando escucha el timbre de fin de módulo. El profesor, que ahora está solo conmigo, se para y me acompaña al pupitre, como para ayudarme a hacer el examen. Arriba de mi banco hay un papel afiche con caricaturas del profesor y muchas firmas alrededor. Algunas inscripciones también adornan el afiche. Él lee atento con una sonrisa y yo estoy parado inmóvil a su lado, también mirando, pero preocupado por mi examen. Una ráfaga de viento hace volar el afiche y lo deja sobre algunas partes de techo del aula. Mi profesor sube al techo y continúa mirando el afiche. Yo quedo inmóvil, mirándolo desde la punta del aula, entre la puerta y el edificio principal del colegio que está a unos veinte metros. Una explosión me hace dar vuelta; alguien encendió una bengala en el techo del edificio principal que tiene el tamaño y la forma de un avión de guerra. No alcanzo a ver a quién la lanza, pero la veo salir para arriba y tomar distintas direcciones mientras aumenta su velocidad. Finalmente se pierde detrás del edificio, entonces no veo a donde cae, pero sí puedo ver que impacta en algún punto no muy lejano ya que siento la explosión y veo como vuelan escombros y restos del avión en distintas direcciones. Algunos restos llegan hasta donde estoy, pero me protege el edificio y ninguno me alcanza. Uno de los últimos restos pega cerca de donde se encuentra Zapata, que sigue concentrado mirando el afiche. El golpe del objeto en el precario techo lo desestabiliza y lo hace caer por uno de los orificios del techo, pero queda encajado con una de sus largas piernas que cruje como quebrada. Con dificultad se baja y camina hacia donde estoy. De repente una ametralladora empieza a sonar en la terraza del edificio principal y termina con la vida de Zapata, que queda tendido sobre el pasto.
Ahí me desperté, pensando el primer instante que el mismo que había tirado la bengala había matado a Zapata; que todo se trataba de un atentado al profesor… después me desperté un poco más y pensé que todo había sido un sueño, que nada había sido real. Al rato me volví a dormir, y cuando finalmente me levanté, pensé bastante en el sueño. Curiosamente me acordaba de muchos detalles. Ahora ya pasaron como cinco horas y aun lo recuerdo.
Creo que necesito ayuda profesional,
O empezar a no tomar vinos tan baratos los domingos.
lunes, febrero 28, 2011
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