La siguiente historia es verídica. Y no es uno de esos relatos verídicos que terminó contando un amigo de un conocido que le fue transmitido por el padre de la vecina. No. Esta historia me tuvo de testigo. Todo lo que voy a describir lo vi con mis propios ojos. Y quiero aclarar además, que no me encontraba bajo el efecto de ninguna sustancia que pudiese alterar mis sentidos. Estaba bien despierto, descansado, por lo que también deben saber que aun sueño con lo que vi esa tarde. Sepan comprender que decidí cambiar algunos nombres para no correr riesgo alguno, e inventé otros por desconocer los verdaderos. Bueno, demasiado preámbulo para semejante suceso. Hoy no espero que lo disfruten. Simplemente, lean.
Una tarde de un sábado cualquiera del invierno de 2011 me encontraba en una conocida plaza de Córdoba. Tarde fría que agrupaba a la poca gente que la transitaba sólo en un sector; la campaña por la candidatura a la intendencia de la dupla Campana-Vigo había organizado un pequeño festival de música popular con un escenario con artistas, y frente a él se amontonaban las masas, como para apaliar el frío. Lejos, en la otra punta del predio, estaba yo. Quieto, como parte del escenario invernal; casi invisible. Quizás fue eso lo que hizo que esos dos jóvenes hicieran lo que hicieron sin ningún descaro delante mío. Tal vez no me vieron. O tal vez la sensibilidad no es igual en todos los seres humanos y lo que a mí me resultó terrible, para ellos no fue más que un acto cotidiano. Estos dos jóvenes venían por la plaza y traían alzando a Verónica. Verónica parecía dormida, sedada. Detrás de unos arbustos Carlos indicó a Manuel que podía soltarla. Manuel dudó, pero Carlos le ordenó soltarla. Ahí la dejaron y se fueron, caminando tranquilos. Verónica apenas se movía, en el suelo. La imagen me impidió reaccionar rápido y no pasó mucho tiempo para que entrara en escena el fornido José. Él se acercó a Verónica como para asistirla. Miró para todos lados y tampoco me vio. Para mi sorpresa, se subió encima de la joven y le comenzó a practicar sexo. Yo observaba como el fornido José abusaba de la indefensa Verónica, pero no hice nada por temor. Estaba viviendo una situación tan perturbadora que no pude reaccionar. José, con la mirada perdida, terminó lo que había empezado y se levantó como sobresaltado. “Abusador”, pensaba yo, y lo miraba como se apuraba por salir de la escena donde yacía Verónica. Algo lo motivaba a apurarse, y pude ver como aquella pareja (María y Mario) se arrimaba y examinaba a la joven y espantaba a José. Juntos se miraron, mientras Verónica, entre quejidos, yacía en el suelo. Justo cuando imaginé que todo estaba terminando, el horror acababa de comenzar. María se agachó frente a Verónica y comenzó a –textualmente- comerse a Verónica que aun respiraba. Pude ver como clavaba sus colmillos en el cuello de la jóven y terminaba con su sufrida vida. No conforme con eso, Mario penetraba a su pareja al mismo tiempo. Era una escena de lo más morbosa que alguna vez pude imaginar. Jamás creí presenciar algo tan desagradable en mi vida. Alguien siendo devorado vivo por otro alguien a quien le están practicando sexo de manera salvaje, como si ni siquiera lo notara. Ese fue el momento en el que no quise, o no pude, mirar más. Tal vez por miedo a recibir algún castigo por parte de esos seres malvados. O quizás por haber deseado que todo eso fuera parte de una pesadilla de la que no podía despertar. Y todo eso pasó en una plaza de mi ciudad, una tarde de un sábado cualquiera del invierno de 2011. Mientras, en la otra punta de la plaza, la masa esperaba a Damián Córdoba.
No quería terminar este texto sin detallar algunos datos contextuales. Nada significativo ante tanta maldad, tanto horror:
En orden de aparición.
Manuel: Niño de unos 7 u 8 años.
Carlos: Niño de unos 7 u 8 años.
Verónica: Paloma.
José: Fornido Palomo.
María: Perra de la calle.
Mario: Perro de la calle.
lunes, agosto 29, 2011
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