Para que triunfe el periodismo mercantil, para que obtenga la retribución
económica, no hace falta verdad, ni difusión del conocimiento, ni investigación
responsable: primero hace falta instalar un discurso carente de sustento, de
seriedad; tirarlo y dejar que actúe el segundo factor fundamental para el
negocio, el consumidor. Cada vez que nos enfrentamos entre pares, cada uno en
defensa de su discurso armardo, traccionamos el negocio de la información;
hacemos que cambie la cotización de un discurso. Eso ¿nos sirve?
El error no está en tomar como propio aquel discurso que más llena nuestro
análisis. El error está en pretender que el nuestro sea el único y no escuchar
los otros. Tratar de entender la verdad del otro es un paso fundamental para
enriquecer la propia.
Nos formaron para entender que verdad hay una sola, y eso también es un
error. La visión personal determina nuestra verdad. Una mesa puede servirme para
apoyar un plato de comida, pero si estoy abajo puede servirme como protección
frente a la lluvia. Si me quedo en que una mesa no está para protegerme de la
lluvia es porque seguramente tengo a donde meterme cuando llueve.
El ejercicio implica escuchar, conocer, comprometernos. Eso no quiere decir
abandonar nuestros ideales sino reforzarlos. Abrirnos. Y en ese ejercicio no hay
lugar para lo mercantil. Esa actividad es entre personas, sin prejuicios, sin
intermediarios, sin relatores. Es en la calle, cara a cara. Nadie te puede
contar lo que te van a contestar; andá y escuchalo. Te vas a sorprender.
Reaccionar frente a un individuo por la acción de un colectivo, a esta
altura, deberías saber que es otro error. Siempre escuchá al otro y que el otro
sepa que no estás de acuerdo y por qué no lo estás. Enriquecé tu mirada y la del
otro. Sólo así se construye el sentido común. Nadie con intereses comerciales va
a crear uno de manera legítima.
Pensalo.
Te escucho.
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