“Unos ajustecitos más y listo”. Apretó las últimas tres tuercas y se lo quedó mirando. Agarró una franela y lo repasó. ¡Cómo brillaba ese trineo! Lo miraba con cariño, como nunca. Y no es para menos; todos estos años no le había fallado una sola vez. Había llegado a todas las casas. Pero ese último… ese último no había quedado conforme. Así que lo había puesto sobre una fosa y lo había empezado a tunear. Empezó por bajarlo un poco. Después se empezó a entusiasmar y le polarizó los vidrios. A eso le siguió la modificación de la trompa, “para que sea más aerodinámico”, decía. La remató con las calcos de Rapido y Furioso, y finalmente con las dos turbinas. Y lo franeleaba y lo miraba. Y se paraba a dos metros, y se le quedaba mirando, y suspiraba. Y no se aguantó y se subió. Y metió las manos en el bolsillo, donde guardaba las llaves. Las sacó y le dio arranque. Y se le llenó la cara de juguetes cuando escuchó el tremendo escape que le había puesto. Y lo pisó, lo hizo bramar un poco, le hizo levantar vueltas. Y mientras sonreía de placer, pensaba “¡Jó Jó Jó Jó!”. Y entre todo el revuelo empezaron a asomarse los duendes. El duende capataz, al advertir lo que Papá Noel estaba haciendo, corrió hasta él, muy preocupado. “Señor, señor! ¿Qué hace? Todavía no es 24, y el trineo sólo se pone en marcha el 24…”. “Dejame un ratito, petiso”, contestó Noel casi sin escucharlo mientras pisaba con gusto el acelerador. “Dejame un ratito nomás… voy a dar una vueltita por acá nomás, a probar el trineo”. Y el duende, con cara de exaltado, continuó: “Pero, no señor! La cláusula numero 44 de la orden de Papás Noeles indica que…”, “Si, ¡ya sé lo que dice la orden!” interrumpió el barbudo, con cara de sacado, y agregó: “Pero la orden también dice que soy el Jefe y que si quiero, te dejo sin laburo a vos y a toda tu familia, ¿tamo?. Así que dejate de joder. Y no te estoy preguntando, te estoy avisando. Me voy a dar una vuelta, a probar mi trineo”, aclaró con el ceño fruncido mientras se calzaba unos anteojos negros. Pisó el embrague, puso primera y salió, entre duendes y renos.
Y salió por el polo norte, extasiado por la reacción de su vehículo. Luego recordó que también había agregado una potencia y stereo Pionner, así que le puso el frente y subió el volumen. Empezaron a sonar villancicos de los más clásicos. Con cara de asco, sacó el cd mientras pensaba “Rudolph y la puta que te parió”, y acto seguido revoleó el disco a los osos polares. Metió la mano en la gabeta y sacó uno de Lady Gaga. Lo puso, y cuando empezó a sonar, el pie se le puso más pesado. A unos 190 kilómetros por hora se tocó el pecho. Metió la mano dentro de su saco rojo y sacó una etiqueta de cigarrillos. Se puso un rubio entre los labios, lo encendió y sonrió. A cinco días de nochebuena, pensó que se podía dar el lujo de hacer facha por alguna zona más poblada. Mientras revolvía con la mano derecha dentro de su conservadora, pensaba a donde podría ir. Sacó un Redbull, lo abrió, y partió para Córdoba.
Una vez llegado al centro de Córdoba, aminoró la marcha y le subió al volumen. A paso de hombre circulaba por Colón, mientras seguía el ritmo con las cejas y repetía por lo bajo “Popopopo poker feis”. Escuchó un silvido y se agrandó. “Me reconocieron”, pensó. Un uniformado se le acercó, lo miró de arriba abajo, y comenzó: “Señor, usté no puede circular por acá. Esto es carril selectivo. Es para colectivos, taxis y remises. Además le falta la patente. ¿Puede bajar el volumen por favor? La cosa no é así…”. El gordo regalón, ante la sorpresa, corrió sus lentes a la punta de la nariz y miró al oficial con cara de cómplice. “¿Usted sabe quién soy yo?”, preguntó. “No sé quién só vó, pero dejá de hacerte el pistola porque te hago la boleta”, respondió. Y por lo bajo agregó: “a meno, claro, que te pongai con cien”. Como Papá Noel no tenía ganas de discutir, metió la mano en el bolsillo y sacó los cien. Se los dio al inspector y siguió la marcha, pensando en lo que le había pasado. ¿Podía ser que no lo reconocieran? ¿En dónde tiene la cabeza la gente en esta época? Y cabizbajo se estacionó sobre Alvear, pensando… Y reaccionó. Imaginó que este señor podía tener problemas de visión, y decidió salir a caminar por ahí para recibir un poco de afecto de la gente. Se metió por 9 de julio, plena peatonal. Un mundo de gente. Cuando vio que ya no se podía caminar, levantó la cabeza, sacó pecho, y bien fuerte emitió su conocido “¡JO JO JO JO!”. Y nada. Se paró en un macetero y lo repitió, esta vez más fuerte: “¡JO JO JO JO!”. “Señor, bajesé de ahí y no dé vergüenza”, le dijo una jóven policía. Mientras bajaba, miraba como la gente seguía caminando, muy apurada, con la mirada baja. De repente, sintió un “pst, pst. Eh, gordo, gordo!”, y sonriendo se dio vuelta. “¿No querí comprá lente? O reloje. Tengo este róle a 15 pesito. Direto de fábrica”. Negó con la cabeza, como confundido. Nadie en esa cantidad de gente advertía que Papá Noel estaba en Córdoba, en la peatonal. El barullo no lo dejaba pensar con claridad. Caminó despacito y se sentó en un cantero, con la miraba baja. Otra señorita se le acercó, a la voz de “por dié peso le tomo la tensión, don”. Santa ya sentía que eso sonaba a burla, pero ya sin ganas de negar, le dio los diez pesos a la mujer, mientras pensaba, triste. Ella se guardó la plata y le pidió que espere que ya venía su compañera con el tensiómetro, que finalmente nunca llegó. Así, acongojado y estafado, juntó sus manos. Un llanto lo hizo dar vuelta. Un policía tomaba la mano de una nena, que lloraba desconsolada. Él la miró, y cuando esto pasó ella dejó de llorar. El policía, advirtiendo esto, soltó a la nena y le dijo al barbón: “¡Oiga señor, no ande perdiendo a sus hijos por ahí! No es un acto responsable dejar a los chicos entre desconocidos. Imaginesé lo que puede llegar a pasar…”, y seguía hablando, mientras se alejaba. “Pero yo no…” intentó explicar inútilmente al policía, mientras se distraía con la sonrisa de la nena. “¿Vos sos papá noel?” le preguntó. Con los ojos algo vidriosos, se quedó pensando qué contestar. Le agarró las manitos, y con cara de ternura le contestó: “No, Papá Noel y los Reyes Magos son los padres”. La pequeña estalló en llanto una vez más, a la vez que una mano entró en escena y se estampó en un fuerte cachetazo en la cara de Noel. “¡¡Te voy a dar, viejo verde!! Acosando a mi nena. Habráse visto, hombre grande, de bata por el centro… ¡Policía, policía! ¡Violador, violador!”, gritaba la enorme señora que sostenía con una mano a su hija, y en la otra cargaba una bolsa de Casa Arab, otra de Royal y una tercera de Rio Shop. El gordito regalón no quiso quedarse ante tanto agravio, porque esta vez sí la gente lo miraba, con cara de desprecio. Corrió hasta donde había dejado el trineo y se montó en él. El mismo inspector de transito que le había sacado cien, pidió otros cien para dejarlo ir, porque estaba estacionado donde no estaba permitido, y finalmente pidió otros cien para devolverle en frente del stereo, que había sacado mientras su dueño paseaba por la peatonal. Indignado, puso primera y salió como cohete para el polo norte. Estacionó en el corral de los renos y bajó corriendo. Entró a la fábrica donde todos los duendes cantaban villancicos, alegres, mientras hacían su trabajo. Se paró en la parte más alta, ahí donde se para a controlar la producción. Con una voz fuerte y ronca, ordenó: “¡Paren todas las máquinas, yaaaa!”, y siguió: “¡Este año no hay juguetes para nadie! ¡Quemen todo, urgente, y preparen papel, mucho papel!” Sin discutir con su jefe, empezaron a obedecer, algo confundidos. El más confundido de todos fue el capataz, que había quedado con miedo por la amenaza de más temprano y no se animaba a cuestionar la orden. Temblando, preguntó: “Pero señor, ¿no va a haber juguetes?”. “¡No!”, contestó, y aclaró: “Este año, ¡tarjetas para todo el mundo!”. Sacando su pequeño anotador, el duende preguntó: “Con renos, con pinos, con dibujitos, con…”. “No, no, no”, interrumpió Santa, y contestó: “Papel blanco, letras negras, grandes y claras, que digan ¡VAYANSÉ TODOS A LA CONCHA DE SU MADRE! Firma, Santa Clós”.
martes, diciembre 21, 2010
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1 comentario:
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