jueves, octubre 27, 2011

Regando una semilla, haciendo florecer más flores

Hace un año censaba departamentos en Nueva Córdoba. En realidad, peleaba para que se dignaran a contestarme esos que la noche anterior habían salido. Por suerte, otros colaboraban y derrumbaban los mitos mediáticos que impulsaban la idea de la baja participación de la ciudadanía al Censo. Yo estaba firme en cada puerta, insistiendo; entendiendo muy bien la utilidad del censo; contradiciendo una vez más al pronóstico destructivo que siempre indica que las cosas son para mal, porque me gusta demostrar que si algo genera aunque sea un mínimo avance, ya valió la pena. Me sentía importante, grande; un pequeño engranaje en la gran máquina que mueve un país. Porque practicaba esa actitud desde hacía un tiempo. Desde el mismo día en que la realidad me empezó a mostrar cosas en que creer, metas que alcanzar…
En medio de una linda mañana, un mensaje de texto me aflojaría las piernas; una frase simple; una combinación de pocas letras que iba a releer varias veces; un mensaje claro, pero confuso: “Murió Néstor”.
La muerte de Néstor no significaba una simple desaparición física; la muerte de Néstor era la pérdida de un líder. Era dejarnos sin la palabra justa en el momento difícil. Era perder el tono tranquilizador cuando la calentura te lleva a confundir los caminos. Era privarnos de un mensaje de amor para enfrentar al odio sectorial y mezquino que siempre nos dictó lo que debimos hacer y luego sufrir. Era el peligrar de la seguridad que ella mantenía cuando tomaba una decisión, porque perdía a la persona en donde depositaba su confianza pura y su pasión. Era el quedarnos sin el modelo de coherencia humana, tan importante para muchos de nosotros, porque gracias a ello volvimos a creer.
La mañana se puso gris, incluso mientras el sol brillaba en lo alto. Puse mis mejores fuerzas en terminar mi tarea, aunque por momentos temí ser vencido por el desgano. Pero tuve presente algunas de sus enseñanzas; el saber que en los momentos más difíciles no hay que perder los objetivos; que los estados de ánimo no deben torcer los caminos; y que su pérdida no debía desencadenar en otras pérdidas.
Terminé tarde, cansado, pero movilizado por todo eso que se movía dentro mío. Me fui derecho a la plaza, sin convocatoria, sin avisos. Porque su muerte significaba una pérdida del pueblo, y porque ese pueblo ya practicaba algunos ejercicios de construcción colectiva y social. La plaza de la Intendencia siempre fue un lugar de encuentro para los que creemos en sus ideas, los que las aceptamos como la única posibilidad para alcanzar el país que soñamos donde entre todos decidimos de que forma elegimos vivir. Fundamentalmente pensando con sentido social, lejos de las individualidades que por mucho tiempo algunos nos pintaron como “las nuevas prácticas”, pero que sólo sirvieron para dividirnos y así olvidarnos de participar en la construcción de una Nación. La plaza estaba llena de personas como yo; tristes por la gran pérdida, temerosos por saber si ella iba a ser lo suficientemente fuerte sin él. Ese día y los que siguieron fueron de gran dolor, pero a la vez muy importantes para lo que siguió. Los medios opositores se vieron cercados por una realidad que no pudieron tapar con sus burdas mentiras, y por la posibilidad de vender el movimiento social más grande de los últimos cincuenta años. El país se vio mirándose a sí mismo como esa Plaza de la Intendencia del día de su muerte. Plagado de personas que creímos y que seguimos creyendo. Contrastando con el mensaje mediático masivo que hasta ese momento llenaba titulares intentando decir que poca gente apoyaba el modelo. Ese mismo apoyo que llenó de fuerzas a Cristina para que no cayera, en uno de los momentos más dolorosos de su vida.
La pérdida fue enorme, pero Néstor cuando se fue ya había sembrado en muchos de nosotros esa semilla que crece día a día, y que sigue invitando a sumarse a todos a marchar por el camino que el país transita desde el año 2003. Las pasadas elecciones así lo reflejan, y se huele día a día con actitudes que nos hacen grandes. Grandeza en cuanto a personas que persiguen lo mejor para todos. Gracias Néstor por esto que generaste; me comprometo a profundizarlo día a día y a llevarlo por cada lugar donde yo vaya.

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