lunes, septiembre 10, 2012
Vamo che, pongamonón la pilaaaa
¿Somos los dueños de lo que pensamos?
Tiro la pregunta y no me animo a responder. ¿Realmente creemos en lo que decimos? ¿Qué significa creer? ¿Estamos en condiciones de afirmar con seguridad cada cosa que defendemos?
10 de septiembre del año 2012. Época hermosa si las hay. Tiempo de cambios, de profundizaciones y de derrumbe de mitos que nos condenaban al fracaso. Las estrategias políticas de control, que conjuntamente con el aparato económico-mediático nos sometían, perdieron peso o simplemente cambiaron de forma. ¿Y si sólo cambiaron de forma? ¿Y si con mi defensa a una nueva ley de medios estoy creando otro monstruo? Un montón de veces me lo planteo, y replanteo. Me gustaría sentarme a escuchar a alguien que me explique lo equivocado que estoy. Alguien que tenga los elementos suficientes para crearme los grises que no estoy viendo. Pero fundamentalmente que sus argumentos no sean “ya vas a ver dentro de unos años”, o el color de los nuevos zapatos de la presidenta.
Personalmente, considero a la Nueva Ley de Medios como un paso fundamental para la democracia de nuestro país. Para cualquier momento histórico; el actual y todos los que vengan de acá en adelante. Dejar la información en manos de pocos, que encima comparten negocios, no fue una movida inteligente para el pueblo argentino. La movida se ve clara cuando se entiende que grupos económicos, grupos dirigentes políticos y grupos mediáticos comparten el destino del país. Cuando eso pasa, sobran las estrategias para mantener calmadas las fieras. Y aunque algunas fieras no se calmen, el resto no se entera, pues si no sale en los diarios no existe.
Vuelvo a mis miedos. Y pienso en mi realidad inmediata. Lo real que no me cuenta el noticiero, ni la señora del kiosco que se entera por la AM que suena todo el día. Y en esa realidad veo gente nerviosa. Gente con actitudes feas. No me animo a decir “mala gente”, porque no creo que así sea. Lo podría pensar de cualquier desconocido que le desea la muerte a otro. Pero ellos no son desconocidos. Por eso me confundo. ¿Son dueños de ese deseo, o están deseando algo ajeno? ¿Realmente lo están deseando? ¿Se dan cuenta lo que están deseando? Por eso me asusto.
E intento alejarme de ese tipo de actitudes. Y no pienso ni en el modelo, ni en el opositor, ni en el presidente, ni en los medios… pienso en la gente. En esos que desean muerte, pero también comparten una cena familiar. Los que desean desaparición de inocentes, pero te venden chicles en su kiosco. Los que ansían un golpe de Estado pero disfrutan de una reunión con amigos, aun cuando sabe que la política siempre es un tema recurrente. No lo entiendo. Insisto… ¿Saben qué cosas están deseando?
Pensaba un segundo en cómo aclarar mis dudas, en cómo vencer ciertas barreras. Creo que muchos estamos repitiendo palabras que no son nuestras. Que adoptamos una práctica que funciona para los medios, pero que no debería usarla una persona común. Y menos cuando trata con un par. Como sociedad, deberíamos solidarizarnos para que la situación política económica no afecte nuestras relaciones humanas. Todo ese enfrentamiento es sumamente inútil ante nuestras necesidades, pero totalmente favorable a la división que los poderes necesitan para seguir sacándonos provecho. ¿Qué pasa que no nos damos cuenta de eso? O, al menos, actuamos como si no lo notáramos.
Esta pequeña reflexión me surgió hace unos días, cuando alguien me envió por correo electrónico una lista de motivos para convocar a una manifestación a nivel nacional en reclamo al gobierno nacional. Soy un convencido que, así como un gobierno es elegido mediante un proceso democrático, debe responder y escuchar cada reclamo de su pueblo. No estoy en contra de eso. Pero repasé esa lista unas cuantas veces. Leí cosas que son falsas. Otras se contradicen entre sí. Algunas atentan contra los intereses de la gente y favorecen a quienes le hacen daño al pueblo. Y mientras leía, me venían a la cabeza los deseos de muerte de los que hablaba más arriba. Y mi sensación de que mucho de eso no es más que deseos ajenos en la boca de las víctimas. No quise dejarme llevar por cierta bronca, sino más bien preocuparme y tratar de encontrar una solución a esta situación que no nos va a llevar a otro lugar que al fracaso. Y ojo; mi bronca no es contra la gente, sino contra quienes nos usan para su beneficio.
¿Y si charláramos? ¿Y si alguien de los que transmitió esa lista comparte una mesa conmigo y me explica? ¿Y si yo realmente estoy equivocado? ¿Cómo hacer para descubrir el error cuando mis debates siempre son con quienes comparto posiciones? Estaría bueno que surja, que lo podamos hacer; que, sin sacarnos las caretas, nos hagamos responsables de la que cada uno tiene, pero frente a frente. Para acortar distancias y para darnos cuenta de que somos lo mismo, y que nunca vamos a conseguir nada individual si antes no lo volvemos colectivo. Para además derrumbar dos mitos; el que dice que si estás de un lado, no podés estar ni un poquito así del otro. Que si no estás de acuerdo con el gobierno apoyás la dictadura o que apoyás las decisiones presidenciales también lo hacés con la megaminería. Y el segundo; ese que nos plantea como personas que no vamos a admitir que estamos equivocados cuando sepamos que es así. Yo estoy seguro que, sacando los deseos ajenos, queremos exactamente lo mismo.
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