La miré con frialdad. Con la frialdad necesaria como para
olvidar lo más cálido de su compañía. Me separé y comencé a alejarme. Me despedí
una vez más sin estar totalmente convencido de mi partida y sabiendo que ya había
pasado por un momento así con ella, y probablemente volvería a vivirlo. Aun así,
lloré. Con cada paso que me alejaba un puñal se me clavaba en lo más profundo de mi
ser, y me desangraba lentamente; pero no podía ceder. “La vida continúa”, pensé.
Los minutos pasaron. Minutos que parecieron horas. Me senté a pensar en ella,
en nuestros momentos juntos, en las alegrías, en las penas. Ahí comprendí que
todo puede pasar, pero el momento de la separación no se compara con nada. Sobre
todo un día como hoy. Un día frío.
Mientras revolvía mi taza de café dejé caer una lágrima. Lo
nuestro fue tan lindo que no quiero dejarte, cama.
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